La escuela tradicional fechada en el siglo XVII tristemente no encuentra demasiadas diferencias con el modelo de escuela que sigue rigiendo la enseñanza en todavía muchísimos centros educativos actuales.
Sus pilares siguen siendo la transmisión de conocimientos enciclopédicos que el docente ofrece desde su puesto disciplinario y autoritario. La obediencia es impuesta desde los púlpitos de algunos maestros sin tomar en cuenta ni el contexto, ni las cualidades, ni las necesidades ni cualquier variante que posea o en la que se encuentre el alumnado. Tampoco es capaz de absorber los múltiples recursos que nos ofrecen las TIC’s. Los contenidos tienen su base básicamente científica y academicista, especialmente racional que se inculca en los niños y niñas mediante el proceso: ejercicios, memorización y evaluación. Este alejamiento de la realidad convierte a este modelo tradicional, aun hoy vigente, en una posible, en mi opinión, casi la única causa del fracaso escolar, un fracaso que muestra en los últimos días unos datos tan preocupantes pero no parecen ser suficientes para que la escuela se plantee un cambio ipso facto.
Los niños y niñas que vamos a encontrar en las aulas no encuentran relación con los contenidos que se dan en la escuela, una escuela todavía marcada, en su mayoría y tristemente, por la escuela tradicional. Se encuentran con conocimientos e informaciones que podrían tener a su alcance y conocer gracias a internet; se encuentran muy influenciados por los MCM y la escuela no les ofrece ni les enseña a pensar críticamente para poder juzgar las informaciones que les llegan a través de ellos. Se encuentran con que la escuela sólo exige de ellos que sean capaces de ser seres pasivos que recogen lo que explica el profesor o profesora para después trasladarlo tal cual a la hoja de un examen y ello conlleva que se desmotiven a hacer cualquier actividad o a explotar cualquiera de sus curiosidades que no vayan a tener su significación en las actas finales.
Otro de los problemas significativos que yo encuentro es que la profesión se encuentra en ocasiones muy desvinculada de los que yo creo que son los pilares básicos de un docente: la implicación y la vocación. Personalmente creo que la enseñanza es una labor muy importante que debe requerir de ambos. Los docentes debemos conocer a los alumnos y alumnas, sus intereses, sus curiosidades, sus miedos, sus aspiraciones, sus aficiones…y actuar bajo el conocimiento de todo ello. No debemos silenciar la voz de los niños y niñas sino todo lo contrario, enseñarles a utilizarla para que puedan participar del mundo en el que viven.
Considero como tres las funciones que son imprescindibles: la motivación del profesor, como orientador y como potenciador y a ellas añadiría la implicación como el eje que hará que todas las funciones se lleven a cabo. Sin lugar a duda los y las docentes somos la herramienta del sistema educativo capaz de conseguir que la escuela responda a las necesidades de la profesión. Nuestro esfuerzo es totalmente necesario para conseguir respuestas a los altos índices de fracaso escolar y a la humanización de la profesión. Debemos ser conscientes de que ser maestros y maestras no sólo nos convierte en funcionarios de este sistema que en poco o nada premia nuestra implicación, porque nuestro esfuerzo se verá recompensado en cada uno de los niñas y niñas que encontremos sentados en nuestras aulas, en sus sonrisas, en sus participaciones, en su vitalidad y en sus actuaciones.
Pienso que el restaurar el modelo educativo masivo con el que nos encontramos actualmente no ha de ser una utopía, creo que en nuestras manos está el convertirlo en una realidad. Y Obviamente, en esa realidad, debemos abrir puertas y ventanas a todos los recursos multimedia que hoy en día encontramos en nuestro entorno más inmediato.
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